¿Por qué ocurre en estos momentos que a una siempre le da por sacar mierda? Aquí estoy yo, escribiendo en una puta hoja en blanco cibernética que parece gritarme: escribe algo interesante. Y a lo que a mí me sale contestarle: sí te refieres a algo interesante como a la mierda que tengo dentro de mí y de vez en cuando me da por sacar, en este extraño código escrito, en letras, en palabras, en frases construidas para que nos entendamos, para que me entendáis, para entenderme a mi misma… (Curioso, tengo que formular mis ideas y sentimientos a modo de símbolos para explicarme a mi misma quien soy yo) no es cuestión de falta de mierda sino de tiempo. Y pregunto si es por la falta de tiempo que ahora escribo y… sí, es el estrés el que me genera ponerme a redactar burradas de niñas que se arrancan los pulmones a modo de terapia de relajación. Ya sabes… para pausar la respiración, evitar un ataque de ansiedad y esas cosas. Cosas sin más. Ahora es sin más, ahora que pierdes tiempo porque la realidad (que no existe) es que quieres escribirlo, meterte muy en ti y explicarte mucho quien eres tú. Pero no quieres aprovechar que la raja esa desde la que te sacas el pulmón derecho, porque el izquierdo da miedo no vaya a ser que te roce el corazón y eso sí que duele, está abierta para hurgar por el estomago e intentar encontrar qué cosas tienes ahí metidas que se te están pudriendo y huelen mal. No, no, no. Voy a seguir divagando sin abrir nada de ahí abajo, me quedaré aquí arriba donde uno de los hemisferios, no sé si sé cual, está muy muy exprimido y el otro no funciona ya muy bien porqué un día me di tal ostia que tuvieron que implantarme uno nuevo que resultaba ser el de una anciana de 103 años. Y así estoy ahora, atrapada en medio del medio hemisferio que está muy exprimido, intentando avanzar lentamente porqué no encuentro ningún sitio aquí arriba en el que encontrar un poco de lubricante para humedecerme y ya de paso lubricar la razón a ver si se esfuma.
martes, 21 de junio de 2011
sábado, 18 de junio de 2011
La nada cotidiana - Zoe Valdés
(...)
Todo se ha vuelto opaco alrededor de su cuerpo. Sus piernas no responden a la orden de avanzar. Ella levita. Sus piernas no existen. ¿Y ella, ella existe? Tiene hambre y nada qué comer. Su estómago comprende muy bien que debe resistir. En su isla, cada parte del cuerpo debía aprender a resistir. El sacrificio era la escena cotidiana, como la nada. Morir y vivir: el mismo verbo, como por ejemplo reír. Sólo que se reía para no morir a causa del exceso de vida obligatoria.
El espacio se transforma en nube blanca, pura. Podríamos imaginar un muro que acaba de ser pintado con lechada. Nadie se acerca a ella. Además, no hay nadie. Ni siquiera un espíritu. Salvo ella. Creyendo todavía que existe.
Muy ligera, siempre levitando, encuentra un espejo redondo y, para pasar el tiempo, refleja su sexo en el azogue. (…) No sabe. Su memoria es un gigantesco jardín depéndulos, los tics-tacs y las campanadas impiden que tenga recuerdos. Ideas, ideas muy raras, malsanas, pasan por el hilo del pensamiento. Ideas y sensaciones creadas al instante. Un abanico de imágenes la obliga a aspirar, esta gravemente drogada. Ella ama el gusto de la fuga, del viaje al vacío.
Cuando regresa al estado normal llora sin lagrimas, pero su mirada tiene un brillo hidráulico. El líquido salado no corre por sus mejillas. Ella lloriquea acariciando sus manos congeladas. (…) .
Un Angel rubio y seductor llega, también le vitando. Se para muy cerca de ella, le habla y su aliento perfumado al jazmín le hace cosquillas. Soñar, mas que soñar. Enseguida ella se enamora.
-¿Usted cayó aquí por accidente? -le pregunta el Angel.
-No, no me gusta esa palabra... accidente... yo caí por azar.
-El azar ya no existe, querida señora. Usted debiera desconfiar de todos esos discursos antiguos... Es mejor parecer ignorante que nostalgico.
-¿A qué se refiere usted, estimado Angel porque es usted un Angel no?
-Sí, claro, soy un Angel... Me refiero a todas las criaturas iguales a usted, inocente y a la vez culpable... Las criaturas conscientes e inconscientes... Hoy en día, querida Reina...
-No soy una Reina...
-Lo parece... querida Reina... Le decía que hoy en día el Universo es una suerte de desgarramiento radical. No se puede ser una cosa y otra a la vez... Hay que ser prudente...
Ella no comprende ni una palabra, pero encuentra que él habla como alguien infinito... Falso y bello...
Inhumano y bondadoso al mismo tiempo... Y ella vuelve a ser como antes: una muchacha confundida ante el primer desconocido. No bien comienza a reflexionar sobre la oscuridad de su pasado, el Ángel cae fulminado por un rayo de oro.
Ella llora, fatal siempre sin lagrimas. Dirige su cabeza hacia sus senos al ai- re libre. Esta completamente desnuda y no siente vergüenza. Frágil pájaro moribundo, sabe que su infancia esta enterrada muy lejos, en lo hondo de sí misma, y constata que no ha envejecido. Esta en el medio, en el justo medio de las edades, de los números, en lo inexplicable. Enfrente reposa el misterio, detrás las tinieblas.
Podríamos decir que la noche va cayendo y que las estrellas van apareciendo como de costumbre: resplandecientes. Sin embargo, no es la noche, ni tampoco un cielo espléndido, estrellado. Es el silencio. El sonido ensordecedor del silencio.
Su letanía, dando la impresión de que es la noche.
¡Cuantos sentimientos naturales! La frescura del viento, un beso sobre los labios, la amistad, la canción espesa de la manigua. Y una risa. Ella busca en vano un rostro en el follaje. Nadie, solamente una carcajada.
-¿Hay alguien? -tiembla.
-¡Sí, por supuesto que hay alguien, usted! -responde la Nada.
Ella busca todavía, endemoniada.
-¡No busque mas! ¡Existo y no existo!
-¿Y con quién tengo el honor de hablar? -Ella se hace la valiente-. ¿Quién es usted?
- Yo soy yo. Yo soy ese que soy. ¡El que decide! -exclama la Nada.
Ella piensa que siempre hay, en todas partes, ese «que decide». Y que nunca ha sido ella, precisamente, quien ha decidido por sí misma.
-Estoy aquí para explicarle la razón por la cual debe usted partir.
Vacila, no quiere saber. No le gusta conocer, porque conocer para ella significa abrir brutalmente una cicatriz.
-Y bien. Estamos en el Purgatorio. Usted está muerta. Y nosotros, los que decidimos, tenemos un grave problema con usted. Pues tiene cincuenta puntos para entrar en el Paraíso y cincuenta puntos para ganar el Infierno. Su alma es demasiado inocente para obtener el Infierno y fue lo suficientemente malvada para merecer el Paraíso. No podemos permitirle una estancia interminable en el Purga- torio... Entonces...
-¿Entonces, qué? - Tiene fiebre. Quiere discutir pero no logra estallar.
Pierde fuerzas.
-Entonces soy yo quien decide... -La voz de la Nada penetra en ella.
Un rayo dorado hiere sus ojos, su cuerpo desnudo, su espíritu, mitad sereno, mitad impetuoso... Ella sueña que mares de lágrimas corren por sus mejillas.
Abre los ojos a la manera de las mujeres que habitan las islas. Esta todavía des- nuda, acostada en la arena, el mar alrededor de ella acariciando su piel afiebrada.
La han obligado a volver a su isla. Esa isla que, queriendo construir el paraíso, ha creado el infierno.
Ella no sabe qué hacer. ¿Para qué nadar? ¿Para qué ahogarse?
Todo se ha vuelto opaco alrededor de su cuerpo. Sus piernas no responden a la orden de avanzar. Ella levita. Sus piernas no existen. ¿Y ella, ella existe? Tiene hambre y nada qué comer. Su estómago comprende muy bien que debe resistir. En su isla, cada parte del cuerpo debía aprender a resistir. El sacrificio era la escena cotidiana, como la nada. Morir y vivir: el mismo verbo, como por ejemplo reír. Sólo que se reía para no morir a causa del exceso de vida obligatoria.
El espacio se transforma en nube blanca, pura. Podríamos imaginar un muro que acaba de ser pintado con lechada. Nadie se acerca a ella. Además, no hay nadie. Ni siquiera un espíritu. Salvo ella. Creyendo todavía que existe.
Muy ligera, siempre levitando, encuentra un espejo redondo y, para pasar el tiempo, refleja su sexo en el azogue. (…) No sabe. Su memoria es un gigantesco jardín depéndulos, los tics-tacs y las campanadas impiden que tenga recuerdos. Ideas, ideas muy raras, malsanas, pasan por el hilo del pensamiento. Ideas y sensaciones creadas al instante. Un abanico de imágenes la obliga a aspirar, esta gravemente drogada. Ella ama el gusto de la fuga, del viaje al vacío.
Cuando regresa al estado normal llora sin lagrimas, pero su mirada tiene un brillo hidráulico. El líquido salado no corre por sus mejillas. Ella lloriquea acariciando sus manos congeladas. (…) .
Un Angel rubio y seductor llega, también le vitando. Se para muy cerca de ella, le habla y su aliento perfumado al jazmín le hace cosquillas. Soñar, mas que soñar. Enseguida ella se enamora.
-¿Usted cayó aquí por accidente? -le pregunta el Angel.
-No, no me gusta esa palabra... accidente... yo caí por azar.
-El azar ya no existe, querida señora. Usted debiera desconfiar de todos esos discursos antiguos... Es mejor parecer ignorante que nostalgico.
-¿A qué se refiere usted, estimado Angel porque es usted un Angel no?
-Sí, claro, soy un Angel... Me refiero a todas las criaturas iguales a usted, inocente y a la vez culpable... Las criaturas conscientes e inconscientes... Hoy en día, querida Reina...
-No soy una Reina...
-Lo parece... querida Reina... Le decía que hoy en día el Universo es una suerte de desgarramiento radical. No se puede ser una cosa y otra a la vez... Hay que ser prudente...
Ella no comprende ni una palabra, pero encuentra que él habla como alguien infinito... Falso y bello...
Inhumano y bondadoso al mismo tiempo... Y ella vuelve a ser como antes: una muchacha confundida ante el primer desconocido. No bien comienza a reflexionar sobre la oscuridad de su pasado, el Ángel cae fulminado por un rayo de oro.
Ella llora, fatal siempre sin lagrimas. Dirige su cabeza hacia sus senos al ai- re libre. Esta completamente desnuda y no siente vergüenza. Frágil pájaro moribundo, sabe que su infancia esta enterrada muy lejos, en lo hondo de sí misma, y constata que no ha envejecido. Esta en el medio, en el justo medio de las edades, de los números, en lo inexplicable. Enfrente reposa el misterio, detrás las tinieblas.
Podríamos decir que la noche va cayendo y que las estrellas van apareciendo como de costumbre: resplandecientes. Sin embargo, no es la noche, ni tampoco un cielo espléndido, estrellado. Es el silencio. El sonido ensordecedor del silencio.
Su letanía, dando la impresión de que es la noche.
¡Cuantos sentimientos naturales! La frescura del viento, un beso sobre los labios, la amistad, la canción espesa de la manigua. Y una risa. Ella busca en vano un rostro en el follaje. Nadie, solamente una carcajada.
-¿Hay alguien? -tiembla.
-¡Sí, por supuesto que hay alguien, usted! -responde la Nada.
Ella busca todavía, endemoniada.
-¡No busque mas! ¡Existo y no existo!
-¿Y con quién tengo el honor de hablar? -Ella se hace la valiente-. ¿Quién es usted?
- Yo soy yo. Yo soy ese que soy. ¡El que decide! -exclama la Nada.
Ella piensa que siempre hay, en todas partes, ese «que decide». Y que nunca ha sido ella, precisamente, quien ha decidido por sí misma.
-Estoy aquí para explicarle la razón por la cual debe usted partir.
Vacila, no quiere saber. No le gusta conocer, porque conocer para ella significa abrir brutalmente una cicatriz.
-Y bien. Estamos en el Purgatorio. Usted está muerta. Y nosotros, los que decidimos, tenemos un grave problema con usted. Pues tiene cincuenta puntos para entrar en el Paraíso y cincuenta puntos para ganar el Infierno. Su alma es demasiado inocente para obtener el Infierno y fue lo suficientemente malvada para merecer el Paraíso. No podemos permitirle una estancia interminable en el Purga- torio... Entonces...
-¿Entonces, qué? - Tiene fiebre. Quiere discutir pero no logra estallar.
Pierde fuerzas.
-Entonces soy yo quien decide... -La voz de la Nada penetra en ella.
Un rayo dorado hiere sus ojos, su cuerpo desnudo, su espíritu, mitad sereno, mitad impetuoso... Ella sueña que mares de lágrimas corren por sus mejillas.
Abre los ojos a la manera de las mujeres que habitan las islas. Esta todavía des- nuda, acostada en la arena, el mar alrededor de ella acariciando su piel afiebrada.
La han obligado a volver a su isla. Esa isla que, queriendo construir el paraíso, ha creado el infierno.
Ella no sabe qué hacer. ¿Para qué nadar? ¿Para qué ahogarse?
lunes, 13 de junio de 2011
Juramento (Oath*)
Jesús murió por los pecados de alguien
pero no por los míos
revuelta en una olla de ladrones
un comodín en la manga
espeso corazón de piedra
mis pecados son míos
grabo en mi palma
una dulce X negra
Adán no me embrujó
abrazo a Eva
y asumo toda responsabilidad
por cada bolsillo que he robado
vil y hábil
cada canción de Johnny Ace
con la que me he divertido
mucho antes de que la Iglesia
lo diera por bueno y limpio
Así pues, Cristo
te digo adiós
echándote esta noche
yo misma puedo encenderme la luz
y la oscuridad también está bien
te colgaron por mi hermano
pero conmigo no te pases
tu muerte fue por los pecados de alguien
pero no por los míos
(PATTI SMITH. Un fuego de origen desconocido. Edición en castellano del original Early Work (1970-1979). Traducción de Alberto Manzano. Ed. Celeste, 1996)
pero no por los míos
revuelta en una olla de ladrones
un comodín en la manga
espeso corazón de piedra
mis pecados son míos
grabo en mi palma
una dulce X negra
Adán no me embrujó
abrazo a Eva
y asumo toda responsabilidad
por cada bolsillo que he robado
vil y hábil
cada canción de Johnny Ace
con la que me he divertido
mucho antes de que la Iglesia
lo diera por bueno y limpio
Así pues, Cristo
te digo adiós
echándote esta noche
yo misma puedo encenderme la luz
y la oscuridad también está bien
te colgaron por mi hermano
pero conmigo no te pases
tu muerte fue por los pecados de alguien
pero no por los míos
(PATTI SMITH. Un fuego de origen desconocido. Edición en castellano del original Early Work (1970-1979). Traducción de Alberto Manzano. Ed. Celeste, 1996)
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