miércoles, 20 de abril de 2011

BURBUJA VERTEDERO

A menudo me sumerjo en mi burbuja y me instalo en ella. El punto central de esta burbuja soy yo, mi cuerpo. A pesar de ser yo el núcleo de este espacio, siento mucho más pesado el vacío que se forma entre yo y la fina capa que delimita la burbuja que la pesadez de mí cuerpo en sí.

En este lugar en el que debería sentirme protegida y en el que nada debería tocarme, me sorprenden estos paradójicos vacíos que se conforman en mí alrededor. Vacíos pesantes llenos de aire que me impiden movilizarme y que se han ido contaminado por las vivencias que han arrojando basura muy tóxica en ellos. Me encuentro bloqueada, encerrada en mi propio vertedero.

En este gran contenedor de despechos en el que ya nada puede reciclarse, se pudre lentamente lo único que permanece vivo: yo.

Podría tragarme todo el aire sucio a forma de suicidio; luego ir a urgencias del hospital más cercano y pedir alguna droga que me hiciera potar todo lo podrido. Por lo que leí hace algún tiempo en algún lugar, en este tipo de intentos de suicidio no les basta un lavado de estómago, sino que se debería hacer un lavado de pulmones, de hígado, de cerebro, de corazón y de no sé cuantas cosas más para sanar las heridas.

También podría hacer el gran esfuerzo de intentar averiguar el modo de depurar las basuras que me impiden moverme con fluidez y que bloquean mi capacidad de actuación; analizar cada una de las cosas que me infectan y encontrar el remedio para aniquilarlas; desprenderme de una vez por todas de la inseguridades, del miedo, de la extrema sensibilidad y de estas mierdas que nos hacen sentir pequeñas para así poner el remedio más fácil a todo esto: salir de la podrida burbuja.

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